El refranero español tiene infinidad de expresiones para referirse a un simple hecho: no decir la verdad puede tener muy malas consecuencias. Antes se pilla a un mentiroso que a un cojo o la mentira tiene las patas muy cortas son solo algunas de ellas, pero existen muchas más y forman parte de la cultura y la idiosincrasia de todos los pueblos del mundo.
Si tan claro tenemos que no conviene mentir, entonces, ¿por qué a la hora de redactar nuestro curriculum se nos olvida? ¿Acaso pensamos que, una vez obtenido el puesto de trabajo, nadie se dará cuenta de que no tenemos las competencias necesarias?
En ocasiones tendemos guardar a una impresión de nosotros mismos muy por encima de la que merecemos. Sin saber explicar por qué, podemos llegar a sentirnos preparados para desempeñar unas funciones que nunca antes hemos llevado a cabo y sin tener la preparación formativa pertinente, o creemos que lo poco que recordamos del inglés que aprendimos en las aulas nos permitiría todavía mantener una conversación de negocios.
Esta sobrevaloración propia, si no se lleva al extremo, se queda en un simple maquillaje para adornar las verdaderas habilidades de cada uno. Pero cuando la osadía lleva a rellenar los espacios en blanco del curriculum con postgrados ficticios o años de experiencia en puestos de trabajo ajenos, la aventura necesariamente terminará mal.
En el mejor de los casos, el empleador se dará cuenta a la hora de realizar la entrevista personal y nos ahorrará el mal rato de tener que confesar la mentira una vez conseguido el empleo, pero aun en el caso de que lográramos engañarle, jamás sobreviviríamos al primer día de trabajo.
Definitivamente, mentir en el curriculum no es buena idea, pero nunca es tarde para llenarlo de méritos reales.